lunes, 19 de enero de 2015

Rinoceronte (Teatro María Guerrero)

Cuando escribió Rinoceronte Eugène Ionesco tenía muy claro quién era el monstruo. Pero si la obra mantiene hoy en día su fuerza original es porque ese monstruo era lo suficientemente difuso (y acechante) como para poder encarnarse en formas muy diversas. Si la referencia obvia es a los totalitarismos, según la percepción de cada uno en la actualidad el rinoceronte podría tomar forma de nacionalistas, politólogos o (siguiendo la última encarnación de moda), cuñados. Porque lo más terrible de la obra es comprobar cómo la sociedad moderna todavía no ha encontrado remedio para la infección y de un día para otro nos encontramos que a la gente empieza a salirle cosas raras de la cabeza.

Cuando se renuncia a la individualidad en pos del grupo, cuando las personas dejan de pensar y, como si de partidos políticos se tratara, adoptan un argumentario, cuando la imposición ideológica eclipsa cualquier intento de discutir ideas, se ha iniciado el camino hacia el desastre. Y esto es lo que Ionesco supo retratar de manera magistral. En un mundo en el que la razón está en decadencia, lo lógica ha fracasado y el humanismo ha sido derrotado, su Berenguer es el último hombre libre. Porque aunque se sepa vencido, aunque ya no se sepa lo que es natural, cuando el significado de las palabras se ha invertido, él seguirá en pie, en lucha.

Al principio de esta versión de Ernesto Caballero percibimos nuestras propias debilidades: cuando vemos un teatro tan puro y electrizante, tan sabio y divertido, creemos que podríamos ser capaces de cualquier cosa, incluso de caer en las garras de los teatreros. A un ritmo que hace ir con la lengua fuera para seguir sus galopadas, nos encontramos con escenas que en paralelo van desde la profundidad existencial (el Berenguer que no soporta la soledad pero que no quiere compañía) hasta el más puro disparate (la discusión sobre los cuernos de los rinocerontes: por cierto, que no falta detalle, una de las espectadoras (?) situadas detrás de los actores tenía tal cara de acritud que daba un extra de comicidad a la situación: a lo mejor hasta estaba preparado).

Cuando aparece Pepe Viyuela, lo cierto es que nos cuesta un poco entrar en sintonía. El Berenguer resacoso que presenta es un poco estereotipado, como un tirado de la vida demasiado autoconsciente. Pero Viyuela no tardará mucho en ponernos de su parte. Según avance la historia, su desesperación misantrópica da paso a un amigo dispuesto a todo por recuperar a las personas en las que cree; a un compañero que se rebela frente a la renuncia voluntaria que los demás hacen de todo en lo que ha creído hasta entonces; en un enamorado que está seguro de que una pareja puede enfrentarse al mundo y salir victoriosa; y de un hombre que vive en épocas oscuras y que necesitará de toda su fuerza para mantener su integridad. No es tarea fácil, y Viyuela completa el ciclo con sobresaliente.

En el segundo acto la acción sigue en lo más alto. En la oficina vemos la escenografía en todo su esplendor. Paco Azorín ha construido una especie de jaula que además de a nivel simbólico también ofrece toda la versatilidad que necesita la incombustible puesta en escena. Lo cierto es que la factura estética de la obra es impecable, con la iluminación de Valentín Álvarez y el sonido de Luis Miguel Cobo perfectamente conjuntados para crear un ambiente entre insólito y perturbador, y un vestuario de Ana López Cobos que transmite todo lo necesario sin alardear. Pero el gran momento del acto, si no de todo el espectáculo, es la escena en la que Berenguer visita a Juan. Aquí la composición de Fernando Cayo es impresionante, asistir a su transformación de un débil enfermo a un poderoso rinoceronte con el simple uso de la voz y de su cuerpo deja con la boca abierta. Antes de que se quite la ropa, incluso hubiéramos jurado que estaba usando algún truco para parecer más grande, tan apabullante es su presencia escénica.

Aunque comprensible, es una lástima que en el tercer acto el fulgor ya no sea tan poderoso. La escena con Dudard (por cierto, que José Luis Alcobendas parece continuar aquí con su personaje de Un hombre con gafas de pasta, incluso lleva traje y peinado muy similares) se alarga demasiado en teorizaciones y vueltas a conceptos ya tratados sin que la puesta en escena logre dinamizar este espacio de reflexión. Con la llegada de Daisy la situación vuelve a coger impulso, con grandes momentos románticos incluidos (“en unos minutos hemos pasado por veinte años de matrimonio”). Es en estas escenas volvemos a comprobar que Fernanda Orazi puede hacer volar cualquier teatro en el que ponga los pies. Y entonces llega el bombazo final, de esos que se suelen calificar como “esperanzadores”. Porque aunque todo esté en ruinas, pervive el espíritu de independencia. (¿Alguien ha dicho “independencia”?).

Reiteramos: Después de algún bajonazo y de que algunas decisiones cuestionables nos hubieran hecho perder gran parte de nuestra fe, volvemos a disfrutar del mejor Ernesto Caballero, audaz y valiente, capaz de tratar una obra tan relevante como Rinoceronte al mismo tiempo con respeto y desde una perspectiva personal.
Recuperamos: Tenemos que citar a esa magnífica pareja que forman Paco Déniz y Juan Antonio Quintana, que dan fe de que Rinoceronte es, también, una obra divertidísima. Y es que el humor es una de las características de las que el monstruo, en cualquiera de sus encarnaciones, siempre carece. El lógico de Déniz, con su canción incluida, resume en sí mismo la parte en apariencia más contradictoria de la obra, la dificultad de la filosofía para resolver los problemas más cotidianos, y a la vez su condición de referente (insuficiente) para mantener la cordura.
Recordamos: Que hace justo once años se estrenó en La Abadía una versión de El rey se muere dirigida por José Luis Gómez. Sin esa obra, a lo mejor hoy no estaríamos aquí. Este Rinoceronte no ha supuesto para nosotros una convulsión del calibre de lo que supuso aquella, pero no nos extrañaría que pueda descubrir a muchas personas de lo que es capaz el teatro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario